Les cuento lo que me pasó hoy día. Estuvimos
comprando algunas cosas que Lucciano necesita y entre ellas era una lámpara para
su cuarto, me gustó una que vi, era de un osito panda, lo compré
inmediatamente. Llegando a casa mi esposo abre la caja y lo enchufa, quedaba
bonito con la decoración que tiene en su cuarto, pero de pronto, pasaron mil
cosas por mi cabeza: esa lámpara puede recalentarse, puede explotar, está muy cerca
a su cama, si algo sucede y no escucho nada por su radio? ¡¡¡se puede
incendiar!!!
Mi esposo al escuchar lo histérica que me puse, me
tranquilizó diciendo que ya no lo íbamos a usar, que compraríamos uno a batería
de esa manera estaría más tranquila. Por un momento pensé que me había tranquilizado,
hasta que llegó la hora de la siesta e imagínense, tuve pesadillas con esa
lámpara jaja (ahora si me da gracia), es que la verdad, no es la primera vez
que pasa con algo que compro para Lucciano.
Realmente cuando se trata de mi hijo soy muy
(demasiado) cuidadosa, no dejo ni un objeto pequeño porque se lo puede meter a
la boca, sus juguetes son desinfectados con alcohol todos los días (si pudiera lavar todo con alcohol lo haría), no me gusta
que Lucciano coma en la calle (rarísima vez lo hacemos o si no le llevo su
comida a donde vayamos), tengo “reglas” impresas en la casa (horarios de la
comida, siesta, cereal, sueño) lo sé, una control freak total ¿no? Jajaja y hay
más cosas aún, si les sigo contando, serían más de tres páginas.
No sé si sufro de hijitis o si amo demasiado a mi
hijo, no sé si soy la única, pero lo que si sé es que no quiero que le pase
nada malo, mi hijo es un sueño hecho realidad, quiero verlo crecer feliz, sano, saludable
y disfrutar de esas sonrisas que me alegran el día, no creo que eso esté mal ¿verdad?
¿A ustedes les sucede lo mismo?
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